lunes, 28 de enero de 2008

La arena en la seda

Por: Juan Carlos González Rocha*

Tal vez el hada nunca entendió que algunos deseos son antecedidos por los caprichos; y que estos últimos, eran la tenue línea que ha separado las dimensiones del mundo humano con los mitos. Tal como sucedió dentro del infinito mundo de aquella niña, de suerte inmejorable, pues, el Hada, convirtiéndose en presa del mismo mal, nunca se percato de la diferencia, provocando la ira de los guardianes del mundo; quienes no dudaron de las malintencionadas ideas a las que se enfrentaban y situando bajo custodia al hada. Y pensar que en este mismo instante, el Hada, seria una mas dentro de los espacios del universo donde se entretejen las historias que hacen al mundo tangible, y por ende, en convivencia de aquella excelsa raza al que por naturaleza debe pertenecer; mas sin embargo no es así, y ahora solo espera ser parte de alguna de las tantas historias que vio nacer como si fueran propias. Sometida al encierro solo queda entender el proceso que antecede la partida del alma, del mundo de las leyendas donde se miran los sueños nacer.

A cada instante el alma de la cautiva se desprende del ser que ya prácticamente no sabe que lo es; perdiendo así la fuerza en cada suspiro; y mientras desvanece, con el ultimo aliento, mas de ímpetu que de vida, alza su mano en dirección del pequeño rayo de luz que celosamente deja pasar el orificio que se encuentra en la esquina de la habitación; tratando de recordar todos y cada uno de los detalles de los últimos tiempos; mas sin embargo, las pocas imágenes que llegan a su mente son difusas y algunas indistinguibles. No hay explicación aparente a tal hecho, pero después de divagar por algún rato en extraños desvaríos de la mente, recuerda que en algún momento se juro a si misma borrar todas aquellas imágenes de su vida en las que contemplo como la debilidad del hombre hizo perder la conciencia del ser hasta llegar a las atrocidades que antecedieron a la actual realidad del mundo de los mortales; odio, esperanza, lastima, piedad y con ello guerras, racismo, hambre, indiferencia... en fin, todas las multiplicaciones del antiser que a su vez fueron lo que ahora la mantienen en tan odiosa situación.

El tiempo trascurrió banalmente, confundiendo el alba del ocaso, la sucesión de la simultaneidad en percepción de la cautiva, y sin dar el más mínimo detalle de la deplorable existencia que acontecía dentro de la habitación. Solo quedaba esperar el llamado del Claustro, quienes valoraran pertinencia en este mundo; y la libertad ya no es una esperanza del hada, la soledad y la oscuridad la han privado del sentido de vida; pero en su más profunda vigilia se pregunta ¿que podría inspirar castigo más severo que la reclusión a la que estaba sometida? Las visones se hacían cada vez mas superfluas provocando la indiferencia e incluso el olvido, por lo que comienza a especular en los rostros que tendría que enfrentar al momento de responder por la fatal falla, o tal vez ni siquiera tendría la oportunidad de ver a sus verdugos, tal vez solo seria informada de su futuro por medio de un heraldo; la certeza no es algo que pudiera entender, pues siempre fue tan implícita en su vida que ahora no la comprendía. La incertidumbre ahora tiene una presa, nadie sabe que es lo que ocurre una vez entrando al Claustro, nadie a regresado de tal odisea con la misma convicción de la salida, lo único indudable al respecto es que no se regresa al mismo camino, se cree que ya no se distingue el color, ni el olor; por lo que la vista pierde la orientación de naturaleza con el entorno y se divaga por el mundo de las sombras quedando eternizado al de halo del patetismo que encierra el salón de los odios. Pero sin olvidar que solo son creencias.

Durante algunos instantes escucha pasos que deambulan por los pasillos, un tic, tic del goteo que cae directamente del techo a su copa, sin distinguir nunca el origen de este; y de vez en cuando se hace escuchar el canto de un gorrión, que mas que visitarla la vigila; algunas ocasiones intenta el aseo corporal, que consiste en las reverencias a los conocimientos que emanan de todas orbitas y eras, pero le es imposible debido al entorno petrificado del lugar, que no permite la entrada de alguna luz de comprensión; por lo que solo ocupa el tiempo en la espera, en la simple espera, dejándose al olvido de todo aquel que la conoció pero que no le brindan la fuerza para clamar su limitada existencia.

El hada ha despertado, entiende que ha llegado el momento, se incorpora presurosamente con las manos al frente procurando no chocar con los muros, debido a la oscuridad que no le permite ver; escucha a lo lejos algunos pasos, seguramente serán los del Leviatán, se detienen sin precisar el lugar ni la distancia, enseguida una luz intensa y sofocante sale del piso y cubre completamente al Hada, el cambio de matices le hace perder la vista por algunos momentos, al abrir los ojos se encuentra flotando en el centro de una nube de cosmos y dentro de una burbuja formada a partir de polvo blanquecino, sin perdida mínima de tiempo la sentencia es dictada por un grupo de hombres, que desde la perspectiva de el Hada solo distingue las siluetas; después de la lectura, la retirada de todos los presentes es lenta y entre un profusión de cuchicheos que solo taladran la cabeza de la cautiva; esta es llevada a la celda donde pasara los últimos instantes antes de cumplir la condena: “le cercenarían la existencia, dando a su parte corpórea al mundo de los hombres y su alma a las tareas mas ínfimas”.

Sus pies quedaron en el sur, en la tierra que nunca debió haber amado y sin embargo cobro su vida; su extremidad izquierda fue al oeste, donde sin fin de veces miro al sol ir a su ocaso; la extremidad derecha que con tan delicados movimientos al aire cumplió el deseo al mortal, fue enviada al este, mismo lugar donde inicio su historia junto con el sol; sus ojos y su corazón, que en el hada forman un mismo órgano y el mas sensible a la admiración de las virtudes de lo gozable, fueron librados al norte donde hoy solo pueden exigir lo que se puede mencionar, ver y oír; despojándose del demás cuerpo que no dio al ser la plenitud de los que solo observan la vanidad de lo mortal, desterrando lo que en otrora tiempo fue casi una diosa entre dos mundos.

Así mismo, el alma cercenada vaga como una mínima luz de veladora mortuoria por lo bosques del otoño; solo mirando ver caer las hojas secas y resguardándolas hasta que llegan a formar parte de los nutrientes del subsuelo, para después dar vida a las estaciones venideras. Su paso nunca será igual, mas por que el paso a la primavera y la vida que se entrelazan nunca miran atrás, al otoño y su muerte y mucho menos a su cautiva celadora…

*P. lic. en Ciencias Políticas y Administración Pública UAEM