miércoles, 2 de septiembre de 2009

BUSQUEDA Y RESPUESTA DEL AMOR

Por: Humberto X. Calles Guerrero*



Anoche me pregunté qué es el amor. Busqué y rebusqué, interminablemente, en mi razón un razonamiento que definiera –como definimos a la lógica, la subjetividad, el ser y el existir, y aquí cabe el etcétera-, pero, sin duda, me encontré frente a un muro leproso de soledad. A punto estuve de correr hacia él, y romperme la crisma; cuando una mujer, que pudo ser una niña, o al revés, se reveló en la esquina de la calle cual relámpago en un cielo nublado. Este sujeto femenino me miró directamente a los ojos, y viceversa, y – todavía no sé por qué- echo a correr dejando volar una cantidad de huevos guardados en una bolsita de cristal. Entonces, ése relámpago golpeó mi cabeza; me noqueó y tumbado en el piso pensé que tal vez tenía una respuesta. Es decir, tal vez, porque me di cuenta que el amor no es la búsqueda: buscar un hombre, o una mujer, en los bares, en los kioscos, en los lugares de básquetbol, y encontrar al peor de todos y quedarse con él (extraña afición de las mujeres de mi comunidad).
Con base en el anterior planteamiento, realicé la idea de que, entonces, el hombre y la mujer
–concebidos como pareja- después de uno o dos meses dejan de susurrarse un frívolo, pero más correcto, te quiero. Dícense ahora: te amo.
Concluí, por fin, que el amor es la forma superlativa de querer. ¡Qué alegría! La mía. Había encontrado la definición, sólo que ahora constaba de ponerla en práctica.
Me levanté del asfalto, con los pantalones ennegrecidos del trasero, y me eché a andar por la turba. Primero, fui al mercado; sin saber que, en ese lugar bullicioso y colorido, se vendría abajo mi respuesta. Caminé pasillo por pasillo, perdiéndome entre la mirada de los que no me querían, o no podían, ver. Luego, frente a un puesto de frutas pronuncié, en mi mente, las siguientes palabras: quiero un plátano… Fue un largo shock que solo reforzó mi voto de silencio: …entonces ¿amo a un plátano? ¡Jamás! No amo ni a las frutas, ni a las verduras; sólo me gusta la carne.
Así, pues, amar es querer lo que no te gusta ¿o no? Nada más se me ocurrió correr, correr y correr; y corrí, corrí y corrí hasta la pared antes mencionada y la vi y le mordí la orilla. Estuve ahí, dos o horas o más, con mis bruces incrustadas en los ladrillos de tan cacariza superficie amándola.



*Edad 19. estudiante Lengua y literaturas hispánicas, en la Facultad de Filosofía y Letras UNAM. punktrash_1@hotmail.com